Después de este largo periodo vital de disfrute existencial que he tenido, vuelvo a la normalidad insulsa y a los viejos hábitos, como el de escribir en este espacio.
El proyecto de hoy fue fruto del reciclaje, como tantos otros, y del cariño, pues se convirtió en un regalo -no se si bien recibido o no- pero la intención era inmejorable.
Todo empezó con una avería en el turbo de mi antigua furgo en la primavera de 2012. Un mal bache a bastante velocidad hizo que una pieza se soltara dentro de la etapa de admisión de aire del turbocompresor, bloqueando los álabes de la turbina y partiendo el eje del mismo. Vamos, lo que viene siendo 1000 euros de reparación, y de regalo, el turbo roto metido en una caja.
Lo tuve mas de un año acumulando polvo y serrín en el garaje hasta que un día observándolo con ojos de reciclador, se me asemejó de manera inequívoca a un candelabro de los de las pelis antiguas, así que me puse manos a la obra con la transformación.
Lo limpié, desengrasé, lo volví a limpiar, le puse patas y lo limpié una vez mas. Las piezas de los coches acumulan mugre en cantidades industriales, como ya comprobé con los discos de freno de mi proyecto gecko. Después de cepillarlo a conciencia y barnizarlo, solo quedaba cegar los conductos de admisión y ajustar su anchura, para que las velas pudieran apoyarse correctamente y colocarle unas velas elegantes a la par que baratas, de ese sitio donde venden muebles sin montar, albóndigas y velas.
Para fabricar unas patas chulas usé un tubo de aluminio embutido dentro de una manguera transparente de la que se usa para los sistemas de refrigeración líquida y para apoyar en el suelo, unas patas roscadas. Todo retales y partes sueltas que andaban desperdigadas por el taller.
El resultado me gustó bastante, casi me dio pena regalarlo, pero por otro lado ya tengo la casa llena de adornos de dudoso gusto, así que, farewell turbolabro!